viernes, 5 de abril de 2013

El rottweiler de Dios

La verdad no es un producto de la política, sino que la precede e ilumina
Joseph Aloisius Ratzinger

La cohabitación de dos Papas católicos, uno "emérito" y otro "ordinario", ha llenado muchas páginas de los medios de comunicación y puede ser un buen momento para analizar el legado de Benedicto XVI desde el punto de vista de la influencia política, en clave ultra conservadora, de la Iglesia oficial.


Las posiciones doctrinales de Joseph Ratzinger, desde su designación como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en 1981, no caben ser interpretadas solo como elucubraciones teológicas, sino que han tenido y tienen una gran trascendencia pública y política, especialmente en países de tradición católica como Italia, España o muchos países de América Latina.

Sus tesis principales al respecto son claras y meridianas. En el libro Verdad, valores, poder (1995), Ratzinger señala que "la política es justa y promueve la libertad cuando sirve a un sistema de verdades y derechos que la razón muestra al hombre". Para establecer un orden de convivencia que pueda ser calificado como razonable, "el Estado precisa un mínimo de verdad y de conocimiento del bien que no se puede someter a manipulación". ¿Dónde obtener esa fuente de verdad? Ratzinger nos lo aclara en "Fundamentos espirituales de Europa" (2004): "La dignidad humana previa a cualquier acción y decisión políticas nos remite al Creador: solo Él puede establecer valores que se fundan en la esencia del hombre y que son intangibles".

De este modo, el Estado, la política, la democracia, son instituciones o procedimientos "semi-autónomos", que pueden operar con libertad, siempre que no sobrepasen los límites externos derivados de las verdades emanadas de un nuevo Derecho natural, cuyo origen vuelve a estar exclusivamente en manos de Dios.

Estos planteamientos cristalizan en una Nota doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política (2002).

Tales orientaciones han dado alas a los sectores más conservadores de las iglesias locales, como la Conferencia Episcopal española, para exigir a los representantes políticos el seguimiento de esas verdades reveladas, cuyo depositario es la propia Iglesia, y han dado lugar a feroces campañas de movilización contra políticas públicas como el matrimonio de parejas homosexuales, la despenalización del aborto, la investigación con células madre, el llamado "divorcio express" o a favor de un estatus privilegiado para la escuela católica.

Pero no solo en el llamado Occidente han tenido incidencia los postulados ultraconservadores de Ratzinger y cía. Como bien ha señalado Marc Vandepitte (rebelion.org), uno de los objetivos del Papa Juan Pablo II, feroz anti marxista y anti comunista, fue la erosión, el desgaste y la práctica eliminación de la Teología de la Liberación. Y para ello se sirvió de nuevo de Ratzinger, a quien se motejó de "rottweiler de Dios", desencadenando una ofensiva pastoral y eclesial contra los teólogos de la liberación, los religiosos y las religiosas progresistas o los proyectos pastorales sospechosos.

Ya en 1984, Ratzinger redacta la Instrucción de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunos aspectos de la "Teología de la liberación", en la que ataca frontalmente a los teólogos de la liberación, especialmente a los de América Latina. En esta carrera de desgaste de la iglesia popular del subcontinente americano se encuentra con un aliado de primer orden, la Administración de los Estados Unidos de Norteamérica, que ve amenazados sus intereses geoestratégicos por esos reiterados mensajes a favor de la justicia social. De aquí su apoyo la proliferación de las sectas evangélicas con contenidos de carácter escapista, que renuncian a trasladar mensajes que cuestionen el orden existente.

El futuro está por escribir, pero no cabe ser muy optimista al respecto del nombramiento de Bergoglio como Papa Francisco. Sí es cierto que en el orden interno puede haber consecuencias, como una contención de los movimientos carismáticos (Comunión y Liberación, neocatecumenales, Opus Dei, Legionarios de Cristo,...), a favor del clero regular y de las órdenes religiosas (al fin y al cabo el Papa es jesuita). Pero lo que no parece es que abra la puerta a una reconsideración del mensaje fundamentalista por el que la política democrática es una subordinada a los valores intangibles que propone la misma Iglesia, y mucho menos a un fortalecimiento de los movimientos del catolicismo popular, volcado del lado de los empobrecidos y  enfrentado a los privilegios de los poderosos.

El premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, ha señalado que Bergoglio no fue cómplice de la represión de los generales argentinos. Puede ser por activa. Pero lo que no es menos cierto es que no alzó su voz contra la dictadura ni señaló en público a los responsables de la violación de los derechos humanos. Y otros religiosos y religiosas sí que lo hicieron en su momento, y pagaron por ello hasta con su vida. Esa falta por omisión siempre pesará en su biografía y somete a su Pontificado a cuarentena.

1 comentario:

  1. Excelente artículo. Sería interesante analizar las razones por las que los sectores progresistas de la Iglesia están cerrando filas con un papa conservador como Bergoglio; los motivos por los cuales gente como Esquivel o Leonardo Boff ahora se desdicen de lo que decían hasta no hace mucho sobre Bergoglio... En mi opinión se avecina una gran guerra política por el poder dentro de la Iglesia. Los Jesuitas llevan mucho tiempo preparándose para esta guerra y esperando el momento. Yo tampoco soy optimista sobre lo que cabe esperar, porque coincido contigo en que difícilmente se llegará a dar esa "reconsideración del mensaje fundamentalista". Es el viejo tema del "Dominium mundi".

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